No aguanté mucho tiempo y vuelvo con el
guionista uruguayo Rodolfo Santullo, autor del
cómic 40 Cajones reseñado hace unos
días. Esta vez hace equipo con su compatriota Matías
Bergara en dibujos, y el dúo funciona a la perfección y en esta obra la
descosen. Tanto es así que la obra fue publicada gracias a la Ley de Fondo Concursable para la Cultura que entrega la Dirección Nacional
de Cultura de Uruguay. Y por si esto fuera de poco, se convirtió en el cómic
más vendido en el país oriental. Y hasta podríamos estar hablando de una
historia con aires a El Eternauta,
pero ubicado en Montevideo en lugar de Buenos Aires (los protagonistas no
pueden salir a la calle si no es con un traje especial como un homenaje), no en
vano los autores dedican la historia a Oesterheld
y Solano López, los autores de El Eternauta.
Hablando de la historia en sí, estamos en un futuro próximo de tintes
apocalípticos, donde los mosquitos oscurecen los cielos de Montevideo. Cuando
una persona es picada por un mosquito portador de dengue, tiene inmunidad. Con
dos picaduras, es peligroso. En la historia ha habido una mutación del virus.
La versión hemorrágica sigue campeando (de hecho, basta observar la segunda
página para ver cómo el trabajo de Bergara nos introduce pronto en el horror:
los cielos amarillentos, los verdosos infectados en sus carpas de tul y las
montañas de cuerpos en la calle que recuerdan las imágenes que todos hemos
visto alguna vez del Holocausto); pero a este cataclismo sanitario se suma la
existencia de mutantes: híbridos hombres-mosquito, el resultado de haber sido
infectado por tres serotipos del virus. ¿Cómo es esto posible? ¿De dónde viene
la variante que produce la mutación?
Santullo
construye, también, una historia híbrida, entre lo policial y la
ciencia-ficción. En el IDED
(instituto gubernamental dedicado a la investigación del dengue y a la búsqueda
de una solución definitiva) ha habido un asesinato. Aquí entra en juego el
protagonista de la historia, el sargento Pronzini.
El acierto de Bergara en la
caracterización de Pronzini es notable: la complexión, fisonomía y gestualidad
del personaje se corresponden con sus rasgos psicológicos e intelectuales.
Descuidado, informal, desencantado, escéptico, corajudo más que valiente,
“derecho” más que idealista. No es un anti-héroe, pero no le interesa ser un
héroe. Una vez instalada la situación (salir con trajes a la calle, el Estadio
Centenario cerrado en un domo), aparece la coprotagonista de la historia, la
periodista Valeria Bonilla,
caracterizada con ambición y determinación. Rápidamente, pese a sus diferencias
iniciales, Bonilla y Pronzini quedarán en el mismo bando,
luego de la aparición de El Príncipe,
que es un ario perfecto (alto, musculoso, rubio) excepto por las cuatro alas
membranosas en su espalda. El caso es que El
Príncipe es una versión perfeccionada de hombre-mosquito que viene a
ofrecer un trato: convivencia pacífica entre humanos y mutantes. A partir de
ese punto, comienza el clímax de la historia, una escalada de acción que
incluye más mutantes, crímenes, persecuciones y tiroteos en la Ciudad Vieja.
Algunos aspectos que no quiero dejar de
señalar: Las referencias humorísticas de Pronzini
se apoyan casi siempre en la mención de cierta cultura audiovisual,
estableciendo un diálogo cruzado con ese bagaje que el lector trae consigo.
Esto lo convierte en un personaje auto-consciente de su condición de criatura
ficticia y de su rol en la historia. Santullo
utiliza este recurso sólo con Pronzini,
los demás personajes viven plenamente en el mundo de la ficción, y esa
dosificación es la que le permite construir una historia que no se convierta en
una parodia.
De
hecho, más allá de todo, “Dengue” es
una obra serie y que además tiene como condimento una fuerte crítica al sistema.
Pronzini observa cómo aquellos que
pueden viven protegidos en sus casas, respirando el aire purificado que sale de
sus acondicionadores, mientras los habitantes de los cantegriles ahuyentan a
los mosquitos con el negro humo que sale de la basura quemada en tanques. Conoce
también las maneras de funcionar de la política, el mercado, los medios de
comunicación. Y Es más fácil imaginar una invasión de mutantes hombres-mosquito
en Montevideo que soñar con canales de televisión que no se aprovechen de la
alarma pública o empresas que no consigan volver rentable el horror. Es por eso
que en el final, de manera prágmatica Pronzini se pregunta: “¿Qué hace la
“gente común” en este orden dado de las cosas?”. “Seguimos como se pueda” se
contesta.
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