21/03: Corto Maltés Vol. 2-3: La Balada del Mar
Salado (266 Págs.)
Hugo Pratt – Grupo Clarín 2010
Corto Maltés, hijo de un
marino maltés y de una gitana andaluza que decidió trazar su propio destino, es
el alter ego de su creador Hugo Pratt, la
ventana que le permitió asomarse y recrearse en el tiempo de los postreros
aventureros. El dibujante italiano tuvo claro que los últimos románticos, los
últimos caballeros, murieron antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Que vieron nacer el vigésimo siglo y que, desencantados, acordaron hacerse olvidar
por él discretamente en cuanto sus congéneres se esforzaron en destruirse y en
perder su humanidad.
La cuenta, con una premeditada inconsistencia
llena de lagunas y de imperfecciones narrativas, en primera instancia el mar,
el Océano Pacífico, el más grande y el más traicionero de todos. El mar no es
sólo testigo y protagonista: es el nexo de unión de los aventureros que
recorren estas páginas. Del asesino Rasputín,
enajenado por su violencia primaria, de los Groosvenore, Pandora y Caín, los primos que son moneda de
cambio y tira y afloja de los sentimientos del resto de personajes, de El Monje, el último pirata, el rey de La Escondida, de Tarao, el maorí que luego será oficial neozelandés; de Sbridolin, el chistoso bufón que jurará
hospitalidad eterna a Corto; del oficial alemán Slütter, a quien le pesa el pasado. Todos parecen surgidos de otra
época porque es a otra época a la que pertenecen, aquella en la que la amistad
y la lealtad no se trapichean ni se valora por su peso en oro. La historia arranca el 1 de noviembre de 1913,
en un periodo de prolegómenos bélicos, de una paz tensa que se mantiene en
precario equilibrio. Los piratas que navegan por el Pacífico se aprovechan de
la coyuntura, y a ella quedarán ligados hasta los inicios de 1915, en el que
los personajes, por las circunstancias.
Pratt
los dibuja a veces irregularmente, metiéndolos en viñetas que en alguna ocasión
resultan confusas, y en otras, las más, admirables: en ellas está
institucionalizando un lenguaje, un modo de narrar, que luego adoptarán
generaciones de dibujantes venideros. Su pluma no conoce obstáculos, no se
impone barreras, ni siquiera se plantea dificultades cuando cuenta. Por eso, Corto Maltés se permite ser un símbolo:
pues no hay nada que le esté vedado, acción imposible, meta inalcanzable, desde
la escena en que, flota crucificado y a la deriva, víctima de un motín que hace
sonreír a Rasputín.
Y
destaco también el guión, como por ejemplo los personajes dicen frases que
encierran y sintetizan sabiduría de siglos: “La autoridad se tiene mientras no se está obligado a imponerla”. O
esta réplica de Corto, él siempre
réplicas, al cansado Slütter: “Quedarse
en el pasado, como hace usted, es igual que custodiar un cementerio”.
Esta edición argentina respeta el recorte de
página de la española Norma para su
edición en Cofres, pero le agrega el color de las ediciones de lujo de la
citada editorial. Ahora bien, la edición original tuvo un blanco y negro
irrepetible. Igualmente, esta reedición de algunas de las historias del Corto Maltés son más que bienvenidas. El
Corto es uno de los tópicos del mundo
de la historieta
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